Esas lágrimas que caen sin tu permiso, y te obligan a huir, a ser cobarde.


    La impotencia te puede, te ciega. Bajas la mirada y simplemente, te vas, como una niña asustada. Y te das cuenta de que hay veces que guardar lágrimas es peligroso. Porque no lloras por sus palabras, no lloras por impotencia, no lloras por miedo, ni estrés, ni agobio o presión. Simplemente tu deposito rebosaba, y esa última gota, ha derramado todo el contenido. Y ahora tienes el corazón sumergido en lágrimas, y los ojos a punto de estallar. Ahora, te sientes débil, vulnerable... como juraste no volver a sentirte; como te sientes cada vez que las lágrimas caen.

    Las fuerzas, la determinación, el optimismo... son sentimientos que se han tomado unas pequeñas vacaciones, y te abandonan sin consideración, dejándote sola, sin apoyo, sin protección. Ni siquiera, esa máscara de ironía es capaz de ocultar cómo te sientes.

    Y todos esos pensamientos que tantos días llevas guardando, evadiendo o escondiendo, vuelven a ti con fuerza, se amontonan en tu interior y tu cuerpo encaja el golpe, como si se tratase de un mísero saco de harina, dejándote fuera de combate, sin palabras, perdida... Sin poder hacer otra cosa que dejar que las lágrimas acumuladas, caigan sin parar.

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