Y entonces, me equivoqué


    Dicen que un error puede suponer tu ruina; pero eso no es justo. Hay veces que tú no tienes la culpa, que hay algo que te empuja a lanzarte al precipicio que se abre ante ti… existe una fuerza que no comprendes pero te da el valor suficiente para saltar. El problema es que cuando te quieres dar cuenta, ya estás en el aire y caes, te golpeas con fuerza y terminas tendido en el suelo, con el cuerpo destrozado y el arrepentimiento dominando tu corazón.

    Entonces una vocecita te recuerda que equivocarse es normal, que sin los errores no aprendemos, que hay veces que las grandes lecciones, requieren grandes caídas… que es normal acabar lleno de golpes, pero hay que reponerse. Te recuerda que el verdadero error, sería quedarse tirado en el suelo después de haber caído.

    Y tú, te levantas a duras penas con la poca fuerza que te queda. Subes lentamente el enorme precipicio por el que caíste, y cuando al fin llegas de nuevo a lo más alto, tus heridas están curadas, y tu corazón se ha fortalecido.

    Miras con una sonrisa irónica el vacío que nuevamente se extiende ante ti. Escuchas esa voz que te empujó la primera vez, y te ríes mientras te alejas a paso lento cojeando aún.

    “Nunca te arrepientas, de tus decisiones; pues los errores provienen de la ignorancia, y la sabiduría de los errores”

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