Existen
momentos en los que la determinación te envuelve; en los que te crees capaz de
lograr cualquier cosa y estás seguro de que nadie te hará cambiar de opinión…
Pero luego, llegan esas palabras que parecen meros susurros, palabras de
desaliento disfrazadas de consejo. Y la conversación que parecía ser una declaración
de tus intenciones, se convierte en un discurso sobre lo que deberías hacer…
camuflando su desacuerdo con un “yo en tu lugar…”, “creo que deberías…”.
Lo más triste es que por un
instante creíste que estaría de acuerdo… pero sus palabras fueron claras, y
aunque tú pusiste tu mejor sonrisa y murmuraste un tienes razón, tu cabeza
protestó con fuerza: “¡No me haréis cambiar de opinión!”.
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