Las primeras
notas empiezan a sonar, anunciando el principio de los cuatro minutos más
largos de tu vida. Te mueves al son de la música, segura de lo que haces,
disfrutando como hace días que no hacías.
Te auto
convences de que hoy podrás con ello. Te sumerges en la música y por un instante te olvidas de lo que
hay a tu alrededor. Pero tras la calma llega la tormenta o, en tu caso, él.
Intentas no
mirarle. Te esfuerzas en mantener la vista al frente y no pensar en lo que
viene a continuación. Pero él se acerca bailando y tú no puedes evitar
mirarle, haciendo caso omiso a esa punzada que empieza a atravesarte el
corazón.
Salta. Te
tensas. Cierras los ojos. La punzada se vuelve insoportable. Tu corazón se
acelera. La adrenalina te recorre de la cabeza a los pies. Tratas de crear una
coraza para que él no se dé cuenta, pero sabes que lo notará.
Coge tu mano,
por un momento, tienes la sensación de que todo es como siempre. Te hace girar
y tú te dejas hacer. Intentas no mirar sus ojos, pero la tentación puede contigo
y levantas la mirada.
Vuestros ojos
se enfrentan en silencio. Vuestras manos están unidas. La música suena. El
mundo a vuestro alrededor desaparece. Quieres creer que todo es perfecto. Pero
la magia se acaba cuando él te arroja al suelo, y sus ojos reflejan un
desprecio innecesario.
Quieres creer que
es parte de la coreografía, pero en el fondo sabes que él lo
disfruta. Le soportas sintiéndose poderoso mientras juega
contigo, aunque sea en un baile; y luego disfrutando mientras
te desprecia y te deja caer al suelo.
La música
sigue sonando, pero tú no la oyes. Las lágrimas se acumulan en tus ojos, pero
luchas por mantenerlas a raya. La sonrisa en tu cara es una máscara que dudas
poder aguantar mucho más. Tu corazón empieza a latir más despacio, se vuelven a
abrir heridas que creías que conseguiste cerrar. Tu cuerpo tiembla, consumido
por los recuerdos y el dolor, la rabia y la tristeza…
Y vuelves sentir ese punzante dolor en el
pecho; vuelves a sentirte destrozada, humillada, abandonada. La soledad vuelve
a recorrer tu cuerpo. La agonía vuelve a consumir tu corazón. La desesperación
vuelve a hundirte en un pozo sin fondo.
Entonces la
música se para, pero tú sigues igual de destrozada. Le miras en silencio,
cuando sabes que no te mira. Te pones esa máscara de alegría y la muralla de tu
corazón se reconstruye entre los escombros. La música vuelve a sonar, coges
aire y te preparas para volver a empezar. Yo te observo en silencio, en la
distancia, preguntándome si serás capaz de soportarlo todo de nuevo.
Que horror
ResponderEliminarNinguna mujer debería dejarse tratar así